25 abril 2009

El tiempo, un concepto relativo.

Hace tiempo que he dejado de escribir en este espacio, en realidad no por falta de temas, de inspiración o de motivación, más bien por falta de espacios en el denominado tiempo que me permitan sentarme una rato a reflexionar y ordenar una cantidad interminable de ideas que siempre pasean por mi mente, como por la de cualquier ser humano, para poder escribirlas a continuación.

Últimamente, reflexiono más en función de mi nueva circunstancia de vida: la maternidad y es a partir de tal experiencia que confirmo una hipótesis que me gusta para pensar en los objetivos de mi vida: el tiempo es un concepto tan relativo, que existe según la experiencia y el transcurrir de los acontecimientos de cada ser humano, un año por ejemplo es poco o mucho, depende de la edad, de los alcances que como personas podamos tener, de cómo trabajemos o de cómo decimos vivir cada experiencia en nuestra vida.

Si hoy doy un vistazo hacia atrás un año para mi ha sido poco, hace un año tenía proyectos que aún no se han concretado porque el dinero ha sido poco, porque dejaron de importar y cambiaron las prioridades, porque las oportunidades no se presentaron como esperaba o simplemente porque decidí que ya no quería realizarlos. En un año mi vida ha tenido sólo un gran cambio, soy madre, pero trabajo en lo mismo, tengo la misma pareja, vivo en el mismo lugar, creo que tengo canas nuevas pero, todavía no se notan tanto… creo que he subido y bajado de peso de forma constante así que si me miro al espejo en realidad no veo muchos cambios.
Pero, la vida me ha dejado ver a través del ser que más puedo apreciar a mí alrededor: mi hijo, que un año puede vivirse en de un salto cuántico al siguiente. Así, él en un año de su vida ha aprendido (en un sentido proporcional) lo que yo he podido aprender en los últimos cuatro o cinco años de mi vida.

Víctor Alejandro aprendió en un año a reconocer y a expresarse ante todo lo que para él era absolutamente desconocido, a los minutos de haber asomado la nariz al mundo sabía quien era su mamá, a las pocas horas podía reconocer la voz de su papá, a los dos meses fue capaz de adaptarse a su primera rutina de vida (claro, mamá trabaja y él debe acoplarse a esa realidad), hacia los 6 meses de edad era capaz de sonreír a cualquier chica extraña que le parecía linda, y antes del año de vida por supuesto sabía como se llama la atención de los demás aventando sus juguetes en la dirección correcta, al año todavía no habla pero comprende muchos de los conceptos familiares, etc.

En un año, su desarrollo ha sido absolutamente normal en términos generales como el de cualquier ser humano durante ese maravilloso primer año, claro la idea no es hacer otro tratado sobre desarrollo infantil, es reflexionar en la maravillosa oportunidad de poder observar día a día la magnificencia de la vida, la relatividad de la experiencia humana, comparados mis nuevos aprendizajes en un año con los suyos son realmente menores… por ello puedo mantener que el tiempo como objeto (en términos filosóficos/científicos) no existe, es sólo un concepto a través del cual cada ser humano explica su experiencia de vida. Después de un período de depresión profunda, la vida puede vivirse como que se quedó en pausa absoluta y por experiencia sé que uno puede dejar de saber qué pasó durante ese año “¿un año, de verdad?”; en un día se puede envejecer 20 o 30 o incluso 50 años, según te roben el coche, te roben un hijo o te secuestren; al despertar de una magnifica noche de sexo interminable, puedes haber rejuvenecido unos 4 años y sentirte en plenos 20 de nuevo. En fin, el tiempo para mi sigue sin existir, el cuerpo cambia, la vida te enfrenta cada momento a una nueva experiencia, te quedas estático por años, o cambias el sentido de tu existencia en un minuto… por eso, el tiempo no existe.